sábado, 24 de julio de 2010

Jazz, heavy metal y rap

Conversación entre George Steiner y Antoine Spire

Presentamos en esta ocasión, un sorprendente diálogo entre el filósofo inglés George Steiner y el periodista francés Antoine Spire. Sorprende el tono y el tema de la conversación en la que Steiner se somete a una dura interpelación en torno a tres géneros de la cultura musical: el jazz, el rap y el heavy metal.
Que lo disfruten. GSEM
Antoine Spire: En alguna parte usted cita la frase de Rilke según la cual las obras de arte siempre son el resultado de haber corrido un peligro, de una experiencia llevada a sus últimas consecuencias, hasta donde nadie puede ir más allá. Y cuanto más lejos se va, más singular se vuelve el peligro, más personal, más único. La obra de arte es en definitiva la expresión necesaria, irrepresible, tan definitiva como pueda serlo, de esta singularidad. Lo que significa, en fin de cuentas, que para Rilke tal vez sea posible, a partir de esta cultura superficial -y esto le chocará-, construir una cultura verdadera. ¿Qué permite a usted afirmar que a partir de una pieza de rap no es posible ir hacia la complejidad e integrar poco a poco a ese modo de expresión elementos más y más elaborados hasta lograr algo más trabajado? Soy consciente de no tener ninguna experiencia concreta, pero querría preguntarle si es posible decretar por anticipado las zonas en las que será posible situar la inversión afectiva, sensorial y racional.
George Steiner: Oigo en su voz un cúmulo de dudas. Al cabo de dos mil años tenemos derecho por lo menos a plantear el asunto. ¿Por qué no ha sido así? ¿Por qué el mercado liberal, los medios, el mercado planetario de masas (estamos en la escala planetaria, vivimos la hora de los niveles americanos), por qué nunca ha habido lo que usted describe? Hasta ahora teníamos el derecho de hacer la pregunta, y de ser escépticos… ¡ojalá tuviera usted razón! Mi instinto me dice que una ecuación no lineal, una fuga de Bach, un pasaje de Platón, de Descartes o de Kant, un cuadro de Giorgione jamás serán productos de masa. Quizá usted tenga razón, pero su ejemplo del rap es malo, si me permite que le sea franco. Porque el rap está vinculado, precisamente ahora, a lo mas asesino de nuestras civilizaciones urbanas. El rap, como el heavy metal, es la voz misma de la violencia, de la brutalización del individuo. En un libro titulado Presencias reales intenté mostrar la diferencia ontológica entre el gran jazz, el heavy metal y el rap. Hemos entrado en otra provincia.

A S: ¿Por qué el gran jazz ha logrado pasar una etapa decisiva para transformarse en elemento de cultura? No lo era al principio. ¿Por qué no podría pasar lo mismo con algo que está naciendo? En Tolstoi o Dostoyevski usted dice que la crítica literaria debería nacer de una deuda de amor. Al final, una deuda de amor podría inscribirse en un quehacer cultural asentado en otros dominios culturales distintos de los que hasta ahora hemos inventariado. Y me digo que si así fuera, retomando su ejemplo del heavy metal, ¿no sería una violencia inventada? A partir del momento en que la violencia es inventada, como en un texto, ¿no se puede decir que hay textos literarios muy violentos? ¿No se puede decir que
hay movimientos de jazz muy violentos? ¿Y que se trata de una violencia inventada? Que en este caso esta violencia no esté suficientemente elaborada, trabajada, se lo concedo. Pero en la complejización futura quizá nazcan verdaderos elementos culturales.

G S: Estamos jugando a las adivinanzas. Tal vez tenga razón. Pero el jazz en su volumen es desde luego profundamente humano y clásico. El heavy metal y el rap son ondas sonoras hechas para ensordecer lo que de humano hay en el escuchar. Yo creo que aquí hemos franqueado un umbral, quizá tan importante como el de las grandes matanzas y las grandes violencias políticas. Puedo equivocarme, es también cuestión de edad: el oído se endurece, la sensibilidad se entumece, de eso soy muy consciente. Usted tiene toda la razón: no podemos legislar el futuro. Lo repito, ojalá tenga usted razón.

A S: Si se quiere, todo en mí se entumece ante su petición de principios por la cual sería muy difícil, si no imposible, democratizar lo que usted llama alta cultura. Siento en usted un elitismo (que usted mismo ha confesado) absolutamente deplorable, en el sentido de que sería cerrar el acceso a la cultura a millones de personas. ¿Acaso la democratización de la enseñanza y la consiguiente posibilidad que se abre – no necesariamente realizada, pero abierta- de una reflexión más profunda por parte de la totalidad de la población no condena el elitismo a un pasado hoy superado? Me parece que la cultura -vea las filas de espera para entrar a una exposición de Picasso, por ejemplo- puede estar al alcance de miles de personas, a condición de saber presentársela, a condición de que haya profesores como George Steiner que puedan iniciarnos. Usted ha contado que en Estados Unidos habló en anfiteatros hasta de mil personas, cosa que chocaba porque se decía que no era posible hacer ciencia con mil personas. ¡Sí, que sí! ¡George Steiner da clase a mil personas a la vez!

G S: Es usted demasiado generoso. También yo hice fila para ver la exposición de Picasso, como usted ¡y para ver cuántas otras exposiciones! Usted usa el término “elite” de manera agresiva. El significado del término es simplemente que ciertas cosas son mejores que otras. Para mí eso es todo lo que significa esa palabra. Quiere decir que todavía se tiene derecho a creer que Rilke vale más que Bob Dylan. Es una intuición. También se puede tener la intuición contraria, claro. Intuición contra intuición, diálogo de sordos. Lo que deja perplejo es el poder del capital, del dinero. Que los medios de masa, el mercado totalmente libre que domina nuestra tierra (jamás el dinero aulló como hoy por todo el planeta), la estructura de un trasnochado capitalismo planetario tecnocrático no es la más adecuada, me parece, para la comunicación de valores filosófico, estéticos o, al menos, del pasado. Puede que una cultura –y me encantaría hablarlo con usted- de la ciencia, de la ciencia natural, que el humanismo de mañana sea más bien científico. Entonces habría que retomar todos los argumentos de acceso y tendría a su vez algo que preguntarle: usted, amigo, no es capaz de trabajar altas matemáticas, ni yo. Pero resulta que el acceso a lo más hermoso hoy día, lo más apasionante del pensamiento, oh catástrofe, no es la novela (¿qué vale la novela?, ¡ni hablemos!). No vivimos una alta época literaria sino una era científica. El noventa por ciento de los científicos de todos los tiempos viven hoy, mientras nosotros hablamos. Disponen de nuevas lenguas, lenguas que no necesitan traducción: las matemáticas. Y también esto puede ser un problema de barreras, mucho más grave que el que acabamos de examinar.

A S: ¿Con base en qué escala de valores puede usted afirmar que las matemáticas son más apasionantes hoy que la literatura? Conozco novelas que se escriben hoy en Francia, Portugal, Inglaterra, Estados Unidos, que me parecen lo más exquisito de la literatura (aunque no sean aún conocidas) y que valen a mi parecer todos los Joyce, Kafka, Proust de mañana. Y cuando usted escribe en uno de sus libros la frase de Valery “la esperanza es la resistencia del ser ante las previsiones de su mente”, me digo que haría falta que George Steiner tuviera un poco de esperanza para resistir ante las previsiones de su mente.

G S: Nada impide a su pasión –que es también la mía en calidad de crítico literario principal de The New Yorker desde hace veintisiete años (es mi oficio)- intentar leer todas esas novelas con la mayor de las alegrías y de hablar de ellas. Usted no vive en un medio de alta ciencia. Yo sí, ahí me paso mi vida , en Cambridge. Nombraré tres problemas que en este momento son temas de discusión, diríase de noche y día (exagero): la creación artificial de la vida, los agujeros negros (que son los límites del universo) según la teoría de Hawking y Penrose, y Crick (que descubrió el ADN con Watson) que dice: el ego cartesiano, la conciencia, es una neuroquímica que muy pronto conoceremos. Comparadas con esto, no me guarde rigor, las novelas más extraordinarias y finas me parecen prehistóricas.

Fragmento tomado del libro de entrevistas, La barbarie de la ignorancia, George
Steiner en diálogo con Antoine Spire, editorial El taller de Mario Muchnik, Barcelona, España, 2000.

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