sábado, 24 de julio de 2010

Ejecutar e interpretar

El Fauno

En la Navidad de 1871 el fotógrafo, matemático y cuentista inglés Charles Lutwidge Dodgson publicó un libro en el que se prefiguraban algunas de las más revolucionarias ideas del pensamiento científico y filosófico del siglo XX. El libro llevaba por título Trough the looking glass and what Alice found there (A través del espejo y lo que Alicia encontró allí) y su autor es mejor conocido en nuestros tiempos por su pseudónimo: Lewis Carroll.

Sin embargo, ese hombre no sabía que no sólo estaba adelantándose por mucho a las ideas de su época, sino que en el sexto capítulo de la citada obra describía con gran precisión y con más de cien años de anticipación a la mayoría de los músicos de nuestros tiempos. De hecho, no fue ese libro, que ahora se conoce como Alicia a través del espejo, sino la versión cinematográfica de otra de sus obras, Alicia en el país de las maravillas, lo que proyectó a Lewis Carroll hacia la fama. Pero lo que interesa a este Fauno prófugo de los bosques es echar una breve ojeada al sexto capítulo de Alicia a través del espejo, ya que en él su autor describe la actitud pedante y frívola de un fantástico huevo que, sentado en lo alto de un delgado y elevado muro, no se da cuenta de lo frágil de su condición, lo ridículo de su actitud y lo riesgoso de su situación, mientras mantiene una extraña conversación con Alicia.

El diálogo que Humpty-Dumpty (pues tal es el nombre del singular huevo) entabla con Alicia, sirve como pretexto a Lewis Carroll para llevar a cabo una crítica velada, pero no por ello carente de agudeza, a las corrientes hermenéuticas de su tiempo. Pero, ¡alto! En este punto un lector realmente inteligente (y recordemos que una persona inteligente no necesariamente es la que tiene las respuestas correctas, sino la que se hace las preguntas correctas) se estará preguntando ¿qué diablos es la hermenéutica? Respuesta: según la definición que nos da el filósofo Mauricio Beuchot en su Tratado de hermenéutica analógica, la “hermenéutica es el arte y ciencia de interpretar textos”. Y aunque espero tener la oportunidad de profundizar en dicha definición en otro momento, me basta con señalar que la parte que ahora debiera interesarnos es la que se relaciona con la interpretación. ¿Por qué? Porque me da la gana y porque recuerdo que cuando ingresé al Conservatorio de Danza, Música y Poesía de Epidauro lo hice porque quería ser MÚSICO. ¡Sí! así, con mayúsculas y negrita. Tal vez no tanto un músico como lo entendía Platón al escribir en el tercer libro de su República que “quien mezcle música y gimnasia en las proporciones más justas, y mejor las haga armonizar con el alma, podrá ser llamado un verdadero músico” ¡ojalá!, sino músico en el sentido de ser un verdadero intérprete. No sólo un ejecutante, sino alguien realmente capaz de entender dentro de lo posible lo que el autor de una obra quiso decir para poder transmitirlo a los demás. No utilizar la obra para mi lucimiento personal, porque, además, ni remotamente soy un virtuoso de la siringa, sino poner mis pocas o muchas capacidades al servicio de las obras para restituirles lo que pierden en su paso por el tiempo, y así poder escuchar la voz del que las creó.

¡Está borracho el Fauno! Dirán algunos babeando espuma. ¡Tal vez no esté tan ebrio! Concederán otros con indulgencia. Mas no me importa lo que digan si no son capaces de otorgar el beneficio de la duda a lo que pienso. Sobre todo cuando al ver a nuestro alrededor noto que en la actualidad es más importante para muchos tocar fuerte y rápido; usar la obra para proyectar en ella sus prejuicios y complejos personales; ser muy precisos a la hora del staccato y del crescendo; pero de intentar comprender las intenciones del compositor ¡nada!

¿Y el huevo? ¡Aaaah sí! Retomemos. Pues a lo largo de su conversación con Alicia, nuestro huevo se comporta primero como un hermeneuta univocista, al pretender que los lenguajes tienen uno y sólo un significado (como más de un ejemplar bípedo que deambula por los pasillos de las escuelas de música alardeando de tener la neta del planeta). Pero de pronto y sin mediar razón alguna el huevo se transforma en el más consumado de los hermeneutas equivocistas, es decir, aquéllos que sostienen que cualquier interpretación es válida, al grado de afirmar: “Cuando yo uso una palabra…quiere decir lo que yo quiero que diga…ni más ni menos”… (como no pocos ejecutantes que, ya sea por ignorancia, soberbia o estulticia, o todo junto, hacen con las obras lo mismo que se hace con el papel higiénico y, al igual que Humpty–Dumpty llegan a decir. “cuando yo toco una obra hago que ésta diga lo que yo quiero que diga…ni más, ni menos”). Y es entonces cuando no puedo evitar contemplar el sagrado mundo de la música como el más delirante de los cuadros de Salvador Dalí: ¡huevos por aquí! ¡huevos por allá! ¡un mar de huevos rasgatripas, sumeteclas, soplapitos, pegagritos, rompeparches, aporreando y castigando inmisericordemente sus inocentes instrumentos! ¡Aaay dolor! Y…¿dónde está la interpretación?

¡Basta de dramatismos! El gran pianista chileno Claudio Arrau decía que un verdadero intérprete es aquél capaz de transformarse en lo que no es, pero, ¿cómo poder transformarnos en lo que no somos si ni siquiera sabemos lo que somos? ¿Qué hacer? Tal vez la solución nos la ofrezca la siguiente parábola de Attar de Neishapur:

´El amante llamó a la puerta de su amada.

- “¿Quién es”, preguntó la amada desde dentro.

- “Soy yo”, dijo el amante.

- “Entonces márchate, en esta casa no cabemos tú y yo.”

El rechazado amante se fue al desierto, donde estuvo meditando
durante meses, considerando las palabras de la amada.

Por fin regresó y volvió a llamar a la puerta.

- “¿Quién es?”

- “Soy tú”.

Y la puerta se abrió inmediatamente.´

El que tenga oídos que escuche. El que sepa interpretar que interprete. El que para tocar sólo tenga dedos que se los meta por las orejas para sacarse la cerilla y aprenda a escuchar lo que los grandes compositores quisieron decir para que intente decirlo a los demás.

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